Sabios y científicos de diferentes culturas y épocas han observado que la vida se desenvuelve siguiendo patrones cíclicos y que al igual que la tierra, la luna y el universo, los seres humanos experimentamos el fenómeno de múltiples ciclos. 

Desde el inhalar y exhalar de nuestra respiración, nuestros días y noches, nuestros ciclos hormonales, de alimentación, de aprendizaje, de trabajo, de amor. Nuestro paso por el mundo está impregnado por los ciclos.

Mientras más consciencia tengamos de ello, mayor consciencia tendremos de nuestros actos en todas las áreas que conforman nuestra vida.

Por el contrario, si logramos soltar armoniosamente nuestro pasado y comenzamos a sanar las heridas que pudieran haber quedado, si decimos adiós agradeciendo la experiencia, podremos ver nuestros finales de otra manera. Reconociendo el dolor pero abrazando también la gratitud, trascendiendo la decepción y tomando el aprendizaje.

Esa forma de encarar nuestros ciclos, retorna hacia nosotros torrentes de vitalidad que podemos aprovechar para abrir el corazón a nuevas experiencias.

El cambio es parte del universo y hay ocasiones en que ese flujo altera completamente nuestra realidad. 

Como sociedad humana, nos hemos visto envueltos en un proceso de transformación en el que tuvimos que dejar ir cosas, hábitos, actividades e incluso seres queridos. Para la mayoría de nosotros, la pandemia ha sido una situación de ruptura y en algunos casos ha significado pérdidas dolorosas.

Y como todo ciclo, también abrió la puerta a nuevas posibilidades y nuevos proyectos.